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#19 | NOVIEMBRE 2019 | Sumario
Nuevo lector
Sobre bibliotecas y lectores
Adriana Testa

Hace un tiempo escribí sobre las Bibliotecas del Campo freudiano y de las Escuelas de la Orientación lacaniana, y terminé con una reflexión sobre el lector.

¿Cuál sería la razón de la existencia de las bibliotecas sin los lectores que cada biblioteca supone? El lector supuesto es su razón necesaria y suficiente. Acumulamos libros, anaquel por anaquel, alentados por la idea o la ilusión de un lector para cada libro. El lector es el destino de una biblioteca. Es un hecho irreversible.

Ricardo Piglia le dedica un libro: El último lector. El título es optimista: el último es el anterior al que le sigue… siempre habrá un último lector. Es el elemento invariable, mientras que las lecturas son los elementos variables que se pueden ordenar según los tipos clínicos. No estoy abusando del uso de esta palabra. Por el contrario, no hago más que seguir al autor del último lector que plantea una “clínica del arte de leer” y se pregunta “qué es un lector”.


"Si las flores hablaran..."
Mónica Fierro. Fotógrafo: Pablo Sabogal

Su pregunta no es sino el pretexto que le permite abrir las series de célebres escritores, caracterizados como lectores, por rasgos peculiares que indican los estilos tanto de esos escritores como de la época y los contextos en los que leen.

La serie Borges, Kafka, Joyce, Cervantes, traza las figuras de los lectores que fueron estos grandes escritores: la foto de Borges con un libro pegado a la cara intentando descifrar las letras allí escritas; Kafka, diciendo sobre la lectura del primer libro de Felice Bauer, “es preciso acercarse mucho para ver algo”; la foto de Joyce, “vestido como un dandy, un ojo tapado con un parche, leyendo con una lupa de gran aumento”; sobre Cervantes, se dice en el Quijote que “leía incluso los papeles rotos que encontraba en la calle”. El lector adicto, el lector insomne. El exceso de lectura: de los papeles rotos tirados en la calle a la carta extraviada en un basural que es el Finnengans. “Para ellos la lectura no es sólo una práctica, sino una forma de vida”.

Otra serie, los “lectores del desierto argentino”: Mansilla“lee Le Contrat social de Rousseau -en francés desde luego- sentado bajo un árbol, en el campo, cerca de un matadero donde se sacrifican las reses…”. Una escena que transcurre en 1846 donde “se cristalizan redes de toda la cultura argentina del siglo XIX. La civilización y la barbarie, como decretó Sarmiento.” Y así como Mansilla, la historia de Baigorria leyendo el Facundo de Sarmiento. Lee a solas en un rancho, en medio de la llanura… “Suena más drástico que la biblioteca borgeana”, confiesa Piglia.

Su conclusión es contundente: estas “representaciones imaginarias del arte de leer en la ficción” llevan al intento de una historia imaginaria de los lectores, en la que la pregunta no recae sobre qué es leer, “sino quien es el que lee (dónde está leyendo, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia)”.

¿Acaso esta conclusión no da en el blanco de la práctica de la lectura que propiciamoslos psicoanalistas?Quién es el que lee en nuestras bibliotecas, o en la investigación que lleva a cabo, o en la enseñanza que sostiene, o en la práctica que lo habilita como analista. ¿Quién es el que lee desde y en cada uno de esostopoidel discurso que es siempre del Otro?

Un registro microscópico de las lecturas es la otra descripción magistral que hace Piglia a la luz de Borges: “… el lector va de la cita al texto como serie de citas, del texto al volumen como serie de textos, del volumen a la enciclopedia, de la enciclopedia a la biblioteca. Ese espacio fantástico no tiene fin porque supone la imposibilidad de cerrar la lectura, la abrumadora sensación de todo lo que queda por leer.”

Un registro microscópico sobre los impasses más productivos de la lectura: el punto de falla, el extravío, la página fuera de lugar… la distinción entre lo real y la ausencia. La emergencia de la falta como algo sustraído. La idea de complot, ligada a una lógica malvada que incide en el orden del mundo… Así -dice- emerge lo fantástico.

He parafraseado El último lector.[1] Y si lo he hecho es porque sutilmente su autor, escritor, ensayista, historiador y amigo del psicoanálisis, nos despabila un poco sobre la práctica de la lectura bordeando su derecho y su revés. Desacraliza y al mismo tiempo machaca sobre el poder ficcional de la lectura sin perder de vista lo real de esa invariante que es el lector: quien es el que lee, dónde está leyendo, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia.

Hoy como ayer, Macedonio Fernández nos esclarece con la impronta de un calificativo que inventó (por otras razones que fueron las suyas) y que mueve a una risa nostálgica: el lector salteado. Si, salteado porque al leer saltamos de la página escrita, al mensaje de WhatsApp, del whats al mail, del mail al Facebook, del Facebook a la página siguiente de un libro o de Scribd… más la interrupción de una red y de otra que sigue a otra.

Están ahí, todas las opciones, al alcance de los dedos de nuestras manos, como dijo alguna vez JAM, en su elogio de Google. Y las bibliotecas se deshabitan… pero el lector supone que los libros siguen allí… en ese espacio cada vez más fantástico por deshabitado.Sí, es así, pero sigue siendo fantástico porque siempre hay un último lector… que mágicamentemantiene la serie abierta… De eso más o menos se trata y en eso estamos los lectores…

Buenos aires, 22 de octubre de 2019

NOTAS

  1. Ricardo Piglia. El último lector. Barcelona-Buenos Aires. Anagrama. 2005.