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#16 | NOVIEMBRE 2017 | Sumario
El otro lado de la esperanza, segregación y racismo
Claudia Zampaglione

El cine de Aki Kaurismaki, director finlandés nacido en 1957, es un universo muy original que encuentra en un humor absurdo, ácido e impertérrito, su espíritu anarquista y humanista. "Intento esconder el pesimismo con partes cómicas". Sus películas están pobladas de personajes excéntricos, los "perdedores", los marginales del sistema, que actúan "a cara de póker". "Hago cine de perdedores porque me siento un perdedor".

El otro lado de la esperanza, segregación y racismo

Provocador, bebedor y fumador compulsivo, melancólico, agudo y preciso como su obra, Kaurismaki ha proferido frases punzantes que denuncian con ironía, los efectos devastadores del capitalismo actual. "No veo otra salida para la humanidad que el terrorismo. La única forma de salir de la miseria es matar al 1 % que posee todo y que nos puso en esta posición, en la cual la humanidad no tiene valor". Más tarde se vio obligado a aclarar: "Debo haber sido poco claro en ese momento para que me interpretaran literalmente".

"Ya no hay capitalismo, ahora hay sadismo. Los proletarios de otrora hoy son esclavos que no saben si van a ser despedidos al día siguiente".

Como el superyó, la lógica capitalista impone una voracidad ilimitada: entre más se le ofrece más demanda. La utilidad económica y la competitividad se han convertido en los nuevos baluartes, creando un mundo de ganadores y millones de excluidos.

Sin embargo, hay en sus películas una apuesta al lazo social y la solidaridad como salida, "la humanidad ha fallado pero nosotros, los seres humanos, no. Y eso es lo único que nos queda".

En el otoño de 2015 cerca de treinta mil personas llegaron a Finlandia en un par de meses, cuando lo normal era mil por año. El otro lado de la esperanza está basada en las reacciones de los finlandeses y en la respuesta del gobierno a este acontecimiento.

 

La trama

Helsinki. Dos destinos de "perdedores" se cruzan. Wikhström de 50 años decide cambiar su vida, abandona a su esposa, vende su negocio de ropa y decide jugarse todo el dinero al póker. Gana y se compra el peor restaurant de Finlandia heredando a sus tres empleados.  Khaled es un joven refugiado sirio sobreviviente de la destrozada Alepo, que llega a la capital finlandesa por accidente, tras una serie de peripecias por Europa. Una tarde Wikhström se lo encuentra en la puerta de su restaurant al lado de la basura y decide ofrecerle ayuda.

Como en Le Havre, su película anterior, Kaurismaki vuelve sobre el tema de los refugiados a la intemperie, los excluidos del vértigo posmoderno pero que han sabido mantener su dignidad. En aquella ocasión los "inmigrantes" por elección forzada llegaban en contenedores, como mercancías. Como nos recuerda Miller "…ser un inmigrante es el estatuto mismo del sujeto en el psicoanálisis. El sujeto como tal, definido por su lugar en el Otro, es un inmigrante".[1]

Puertos y barcos son una constante del cine de Kaurismaki, casi se diría son el origen del mundo. Khaled evoca a un Chaplin que sale de una montaña de carbón del barco en el que llega. Escondido en el carbón como metáfora del lugar de combustible que el sistema les reserva a los refugiados, pero con la esperanza de un segundo nacimiento en un mundo nuevo. Nuevamente Miller nos esclarece sobre el tema: "En la época del colonialismo no se decía cada uno a su casa. Por el contrario se iba a ver de cerca para imponer el orden y la civilización (…) en nuestra época vivimos el retorno al interior de todo esto, el retorno de extimidad de este proceso (…) Son los mismos que querían afrancesar pueblos enteros los que hoy no pueden soportarlos en el subterráneo".[2] Eric Laurent nos habla de un "racismo postcolonial para con los inmigrantes, expresión del rechazo de un goce inasimilable, resorte de una barbarie posible".[3] "Por el hecho de mezclarse, Lacan denuncia el doble movimiento del colonialismo y de la voluntad de normalizar el goce del desplazado. Dejar a ese Otro en su modo de goce es lo que podría hacerse si no le impusiéramos el nuestro, por considerar al otro subdesarrollado",[4] agrega Laurent.

En Finlandia, Khaled es víctima del racismo a cada paso, pero está dispuesto a ser alojado allí como refugiado político legal. El asunto no le será para nada sencillo pues es víctima también de la burocracia e insensibilidad gubernamental que mira con lupa a los que buscan asilo.

Las historias se cruzan al promediar la película y es inevitable sentir simpatía por estos personajes que acaban de conocerse y conforman "una especie de familia" en un restaurant de "mala muerte". La llegada de una inspección municipal les permite practicar el arte de la simulación y el engaño, formas pícaras de la supervivencia. Khaled, Wikhström y los empleados que heredó -una moza, un barman y un cocinero- son personajes muy freaks, pero que tienen un corazón de oro y la solidaridad a flor de piel. Pero, en realidad, ¿son una especie de familia o son cuatro más Uno? ¿Qué tipo de lazo los une? En la conferencia que dio Miquel Bassols el 17 de septiembre en el marco de las XXVI Jornadas Anuales de la EOL[5] habló de otro tipo de identificación (de las tres consideradas por Freud) que puede unir a un grupo, evocando la función del más Uno. Este no es el líder de la masa sino alguien que "sabe hacer aparecer lo real en que se funda un grupo". Se trata de "poner a cada uno en su lugar de sujeto". Wikhström no es un amo, los otros cuatro no se identifican a él como líder. Es alguien que se sitúa en un lugar que posibilita que los demás puedan desplegar su singularidad.

Vuelvo al título: El otro lado de la esperanza, segregación y racismo, tan evidente en estos tiempos que vivimos, pero no cuando Lacan pronosticó el ascenso del racismo en los 70.

Ya en el Seminario 17 Lacan dice: "Este empeño que ponemos en ser todos hermanos prueba evidentemente que no lo somos. (…) Sólo conozco un origen de la fraternidad, es la segregación". "Después de matar al padre", esos hombres primitivos y míticos "descubren que son hermanos, uno se pregunta en nombre de qué segregación".[6]

Para Lacan una comunidad no comienza por un vínculo identificatorio con el líder, como lo es para Freud, sino por un primer rechazo pulsional. La humanidad no es definida por un atributo positivo, sino por un rasgo de segregación, efecto estructural del lazo colectivo. Lo que aglutina es el odio a lo extranjero, al Otro diferente, portador de Otro goce.

No solo se trata del narcisismo de las pequeñas diferencias, versión freudiana del racismo, sino del ser de goce del Otro. Hay algo más en ese odio que la agresividad imaginaria y el odio "…apunta a lo real en el Otro (…) Se odia especialmente la manera particular en que el Otro goza".[7] El odio como pasión del ser, en relación al Otro, apunta a la diferencia absoluta, de ahí que Lacan hable de "pasión lúcida"[8] pues no se deja engañar tanto como el velo del amor.

Ahora bien, el aspecto paradójico de la cuestión es que el Otro es Otro dentro de mí mismo. "Si el Otro está en mi interior en posición de extimidad, es también mi propio odio".[9] Miller hace así una inversión y da un paso más: lo que se rechaza es el propio goce, lo más íntimo de mí que me resulta ajeno. La clave de la otredad es el goce, ese goce rechazado que permanece como un resto inasimilable para el sujeto. El psicoanálisis se orienta y apunta a circunscribir este goce. El goce malo en juego en el discurso racista es desconocimiento de esta lógica.

Sin embargo, la película plantea una salida: la solidaridad que va armando lazo frente a la disgregación y a la fragmentación social. Si bien etimológicamente solidaridad viene de "sólido", es un bien frágil siempre amenazado por intereses narcisistas y posesivos. La solidaridad aparece como un pacto defensivo frente a vivencias de desamparo, ¿puede la solidaridad ser otra cosa que la expresión de una defensa? ¿Es la ética del psicoanálisis compatible con una ética de la solidaridad? ¿Cuáles serían las identificaciones no segregativas? Vuelvo a evocar esa conferencia que nos regaló Miquel Bassols desde Barcelona, porque me parece que da una clave que ilumina este punto. El psicoanálisis y su teoría del Pase nos proponen pensar otro tipo de vínculo social basado en una identificación heterogénea a las tres freudianas. Se trata de una identificación sin Otro, una identificación con lo más singular pero que hace lazo, ya que el AE no se va a su casa después del Pase sino que testimonia y enseña en la comunidad analítica. La identificación con el sinthome, con esa bisagra o "gozne" singular resultado de un análisis que llega a su fin, significa también "dejar de esperar que el Otro sea como uno mismo y ese es el mejor antídoto contra el racismo".

NOTAS

  1. Miller, J.-A., Extimidad, Paidós, Bs. As., 2010, p. 43.
  2. Ibíd., p. 50.
  3. Laurent, E., El racismo 2.0, http://www.telam.com.ar/notas/201405/65200-pablo-chacon-racismo-20-eric-laurent.html
  4. Ibíd.
  5. Bassols, M., "La imposible identificación del analista", inédito.
  6. Lacan, J., El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1992, pp. 120-1.
  7. Miller, J.-A., Extimidad, op. cit., p. 53.
  8. Lacan, J., El Seminario, Libro 17, op. cit., p. 97.
  9. Miller, J.-A., Extimidad, op. cit., p. 55.