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#13 | JULIO 2016 | Sumario
La mesita de luz
Por Virginia Notenson, Silvina Rojas y Claudia Zampaglione

Entrevistas a Mónica Torres, Fabián Fajnwaks, Silvia Hopenhayn y Luiz Fernando Carrijo da Cunha

En esta ocasión tres psicoanalistas y una escritora y periodista respondieron a las siguientes preguntas:
1. ¿Cuál fue tu primer contacto con una biblioteca?
2. ¿Qué personaje de la literatura te marcó o te generó algún sentimiento en particular -de amor, odio, admiración, etcétera?
3. ¿Qué estás leyendo actualmente?

 

Mónica Torres *
1- He sido lectora desde siempre… Desde que aprendí a leer nunca dejé de hacerlo. Y fue muy tempranamente que empecé. Mi familia, y en especial mi madre, corría con orgullo a comprarme otro libro cuando terminaba uno… Se trataba de libros para niños, al principio…

Pero, la primera biblioteca que recuerdo es la de mi abuelo. Estaba en un pasillo, casi a la entrada de la casa y tenía un sillón enfrente, recuerdo que esa biblioteca estaba prohibida para mí.

Me veo de noche, corriendo a buscar algún libro que ya había elegido durante el día y encondiéndolo en mi cuarto.

Así fue que alrededor de los 9 ó 10 años comencé a leer autores prohibidos para mí… El que recuerdo con mucha nitidez es La piel de Curzio Malaparte. Fue un libro que me fascinó y horrorizó a la vez.

Muchos años después en 1981, fui a ver la película de Liliana Cavani La piel… Y ahí recordé todo, la oscuridad, la transgresión, el horror de la guerra, la sexualidad descarnada de aquella novela.

De día, ¡mi abuelo me leía el Quijote!

No recuerdo si alguna vez me "pescaron" en esos robos. Pero no olvidaré nunca el temor y el temblor de aquellos primeros encuentros con una biblioteca.

2- El primer personaje que me marcó es la heroína de La niña de los cuentos de L. M. Montgomery. Amé ese personaje. Libro perdido entre mudanzas y migraciones, pero hace poco alguien lo encontró para mí. Lo que me inspira de esa heroína, de esa Sherezade de mi niñez, sigue intacto…

Después, he admirado más a los autores que a sus personajes. Los leía con avidez, todos los americanos Fitzgerald, Hemingway, Faulkner, Capote. Todo Henry James, todo Marguerite Duras, Camus.

Recuerdo bien, el personaje de El extranjero de Camus. La "Maga" de Rayuela… Pero no, lo mío son los autores. Dostoyevski, Tolstoi. La lista es imposible de memorizar.

Frases, frases de autores… María de Las 10 y 30 de una noche de verano. Molly Bloom y su monólogo en el Ulises de Joyce…
Ian McEwan, Expiación, Sábado. Los ingleses de esa generación.

Los personajes de Al sur de la frontera, al oeste del sol de Murakami.

La serie me parece infinita… Recuerdos y recuerdos de recuerdos.

Salvo aquella niña de los cuentos, he preferido autores por sobre sus personajes.

3- Mi mesita de luz desborda, por supuesto. El escritorio también y sobre la mesa del living todos los libros de psicoanálisis. Apilados… Pero supongo que la pregunta se refiere más a la literatura.

Las últimas novelas que leí: Los dos hoteles Francfort de David Leavitt, La neblina del ayer de Leonardo Padura, Suite francesa de Irene Nemirovsky. Entre la mesa de luz y el escritorio, The dead de James Joyce, en inglés. Un regalo maravilloso…

* Es psicoanalista. AME de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

 

Fabián Fajnwaks *
1- No recuerdo muy bien si fue una biblioteca municipal que se encontraba en la calle Pampa en Belgrano, donde vivía, o la biblioteca del club donde iba de chico. Mis padres me mandaban a hacer deporte, pero yo iba a la biblioteca, y alguno que otro libro de Historia que me interesaba, me retenía. La gente va al club, en general, a hacer deporte... ¡y yo iba a la biblioteca! Mi deporte favorito era la lectura: sin ser lo que se llama un "ratón de biblioteca", ya leía mucho. Todo lo que pasaba entre mis manos.

A la biblioteca municipal recuerdo haber ido buscando algunos libros para un trabajo en Historia o Geografía que tenía que hacer para el primer o segundo año del secundario y, para mi gran sorpresa -porque la biblioteca era muy desordenada y solo parecía haber libros muy viejos y sin ningún interés-, los libros que buscaba estaban ahí.

Luego recuerdo haber frecuentado mucho la pequeña biblioteca del colegio secundario, donde di con el gran volumen de las Obras completas de Borges, en la edición de Emecé. Eso fue un gran placer, ya que pasaba cada tanto en alguna "hora libre", y abría el gran volumen en cualquier lugar para deleitarme leyendo algún cuento o poema del genial escritor con el que enseguida sentí un enorme connatus. ¡Un verdadero encuentro!

Había también viejos números, donados por alguien seguramente, del National Geographic, revista que me gustaba mucho y a la que terminé abonándome. Me divertía leer los artículos de los años 50 y 60 y ver las fotos que tenían una estética muy particular....

Ya en París, frecuenté con asiduidad las bibliotecas municipales, que son muy completas: la biblioteca del Hospital Sainte-Anne, que es un verdadero archivo histórico de la psiquiatría y del psicoanálisis; la del Instituto de Hautes Etudes de América Latina, en la calle Saint Guillaume frente a Sciences-Po, donde había un bibliotecario chileno muy simpático que me decía cada vez que iba, guiñándome un ojo: "Me gusta hablar en otro idioma, porque en otra lengua, uno cambia de identidad"; y más recientemente, las bibliotecas de la universidad. Siempre más bien tomando prestado libros, que yendo a leer allí.

No iba, ni fui más tarde a leer a las bibliotecas porque no me podía concentrar; las bibliotecas eran para mí como el lugar donde se encontraba el saber, y me quedó desde entonces, cierta satisfacción de encontrar los libros que buscaba, como si con ellos encontrara las respuestas a mis preguntas... El análisis hará después lo suyo, permitiendo separar al saber de los libros del saber sobre la verdad, y lo que resta de esa operación, es la satisfacción de cierto acceso al saber...

2- ¡Un montón! Me identificaba a los personajes que más admiraba, y a veces incluso, con el decir de algunos de los escritores que me fascinaban hasta el punto de ¡¡querer hablar como ellos escribían!! Los de la infancia: los personajes aventureros de Julio Verne o Robinson Crusoe, de quien me acuerdo haber subrayado en la novela a los diez años cuando la leí, una frase que decía algo así como: "Frente a la soledad que vivía en la isla, decidí construirme una línea de conducta para poder sobrevivir". ¡Una metáfora de la vida misma! Más tarde, Julien Sorel, por su extrema sensibilidad. Los personajes de Herman Hesse en la adolescencia (Demian, Siddharta). De Kafka, ¡casi todos! Alexis Zorba, que leí en esa época. Martín Fierro, por la sabiduría de Hernández, el decir, más que los personajes mismos. En Borges, su gusto por lo irreductible. Algunos personajes de Arlt, por sentirme afín a su dolor de vivir. De Sábato, el personaje de Sobre héroes y tumbas. Y Cortázar. De Gombrowicz, Ferdydurke. Los existencialistas. La admiración, en la adolescencia, por los personajes extremos y exuberantes de García Márquez; de Jorge Amado (sobre todo la magnífica Teresa Batista, cansada de guerra). Marguerite Duras después. Y Swann, con quien compartía afinidades; Stephen Dedalus, por su percepción lateral del mundo; el decir de Blanchot; de Bataille; de Klossowski. El personaje de la Promesa del alba de Romain Gary y algunos personajes de teatro: Hamlet, Antígona, aún antes de haber leído los comentarios de Lacan. Las mujeres extremas y excepcionales de Ibsen… En fin, podría continuar la lista....

3- Estoy leyendo Le système technicien de Jacques Ellul, un autor francés iconoclasta, libertario y protestante, que escribió varios ensayos críticos sobre la técnica, que publicó Raymond Aron en los años 70. Una suerte de equivalente francés de Heidegger, pero más claro y más ácido, que anticipó con mucha lucidez muchas de las crisis que vivimos hoy. En paralelo, estoy leyendo El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura, una novela muy buena sobre el exilio de Trotsky y la persecución de Stalin de la que fue objeto en el extranjero hasta su asesinato en México, que me regaló un amigo.

* Es psicoanalista. Miembro de la École de la Cause Freudienne, de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. AE (ECF) 2015-2018 de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

 

Silvia Hopenhayn *
1- Mi primer recuerdo de biblioteca es una edición del Martín Fierro con cuero de vaca. Era una gran biblioteca, la paterna, pero mis ojos siempre recaían en el libro animal. Me parecía que respiraba. Siempre me pareció que esa biblioteca estaba viva, quizá por eso hice mía una frase de Laurie Anderson, que figura como epígrafe en mi libro ¿Lo leíste? (Alfaguara, 2014): "When my father died it was like a whole library had burned down".[1]

2- Mmm, ¡Es un desfile continuo! En fin: Alicia, sin dudas. El personaje más propicio para estos tiempos, una identidad plástica, mutante, que se ensaya frente a otros, y prueba la lengua... Me gusta mucho Torless, de Musil, un adolescente que sueña con Kant y despierta por el aroma de un corpiño. También Irene, de Silvina Ocampo, por la descomposición de su olvido, o Ripley de Patricia Highsmith. Y por supuesto El Quijote, que renueva su identidad, al final de su vida, inventándose un nombre y haciéndolo funcionar en el lenguaje, y agrego todos los retazos de personajes (quijotescos, del futuro) de Macedonio Fernández en El museo de la Novela de la Eterna, ya vueltos seres de significante, que pululan en una trama simbólica fresca y desarticulada.

3- Siempre los clásicos, me refiero a los que bordean lo contemporáneo. Clásicos en el sentido de lo nuevo en la lectura, los que se renuevan según la época en que se están leyendo. Alternado con algún autor actual. Últimamente, leí Muerte en Venecia, de Thomas Mann, los cuentos sacudidores de la escritora suiza Fleur Jeaggy, Cardenio de Gamerro y Tacos altos, de Federico Jeanmaire.

* Escritora, periodista, conductora de programas literarios de televisión. Actualmente conduce "Libros que matan" en Canal (a), Cultura Activa. Columnista del diario La Nación. Diploma al mérito de los Premios Konex, Literatura (1997).
1. "Cuando mi padre murió fue como si una biblioteca entera se hubiera quemado".

 

Luiz Fernando Carrijo da Cunha *
1- Mi primer recuerdo es de la biblioteca pública de la ciudad donde he vivido la infancia hasta los ocho años; allí leí las maravillas de Julio Verne y otros bien conocidos autores brasileños como Monteiro Lobato.

2- Destaco un personaje que ha marcado la adolescencia: Boris del romance de Sartre, La edad de la razón; por identificación me pregunté sobre la existencia y sobre cómo devenir hombre a los quince años luego de la muerte de mi padre. Estaba entonces, por una elección forzada, frente a la edad de la razón. Es un personaje que llevo en lo más íntimo. A mí me enseñó que la edad no es más que un precipitado de vida.

3- Estoy leyendo en el momento algo que hace tiempo está en la "mesita": La Diosa Blanca de Robert Graves, referido por Lacan en su texto "El despertar de la primavera".

* Es psicoanalista. AME de la Escuela Brasilera de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. AE (EBP) 2014-2017 de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.